El Deportista Arrogante, La Idiosincrasia Nacional

«No me molesta, él cree que es un gran entrenador y no sabe lo que es el boxeo», «Si el cree eso es un pendejo», fueron algunos de los dardos envenenados que lanzó Saúl Álvarez en contra de Abel Sánchez, célebre entrenador de Gennady Golovkin. Todo esto en una entrevista realizada para promocionar la segunda pelea entre el mexicano y el kazajo. El pique entre las dos personalidades siguió en la presentación oficial del combate, dónde inclusive «Canelo» tildó de «hocicón»  al entrenador oriundo de Tijuana. Rápidamente, Álvarez fue satanizado por la prensa nacional y pseudo-aficionados del deporte de los puños. Algunos atacando sus declaraciones, catalogándolo de arrogante; otros su forma de pelear, llamándolo «bulto» o «gallina». El odio al jalisciense no es reciente, desde los inicios de su carrera se ha enfrentado a las críticas poco objetivas por parte de la afición nacional, su rostro inexpresivo y falta de carisma lo han hecho un blanco perfecto.

Con base a antecedentes sabemos que el problema no es Saúl, la bronca va mas allá de como percibimos a un deportista o que tan bien se expresa frente a las cámaras, está relacionada con nuestra cultura. El mexicano tiene fama de amable, carismático, folclórico, servicial  e inclusive que en ocasiones se deja intimidar (pisotear) por otras personas. Cuando alguna personalidad se sale de ese guión o de la moral pública permitida, ese es el momento dónde salen todos aquellos inquisidores y llevan a la hoguera (con leña verde) a todo aquel que ose retar lo ya estipulado. Por esa razón saltan las chispas del brasero cuándo alguien es honesto, cuándo suelta la verdad sin tapujos ni intenciones de sonar más benevolente.

Esa es la razón por la cuál la aceptación del público mexicano es negativa con deportistas como Hugo Sánchez. «Hugol» es el único jugador mexicano con (por lo menos) un campeonato de goleo en una de las cuatro ligas más importantes de Europa (Inglaterra, España, Italia, Alemania), el hombre fue año y señor del Real Madrid de los años ochenta, siempre supo reponerse de las críticas de la prensa española y afición ibérica; y lo más importante, su mentalidad ganadora. El «macho» es todo un triunfador, solo tuvo el error de nacer en México. ¡El único país que odia a los ganadores! El único país en el cuál si no tienes una historia digna de telenovela de Televisa, tu triunfo no cuenta. El único lugar dónde le ponemos «pero» a casi todo, dónde hasta un Premio Nobel va a recibir una crítica.

Todavía recuerdo aquellas declaraciones de Aída Román (medallista olímpica en Londres 2012), que después de fallar el último tiro que le daba a México la oportunidad de pelear por alguna medalla, salió con la frente en alto a declarar frente a los medios: «No le debo nada a nadie». ¡Indignación nacional! Ahí tienes de nuevo a todos los protectores de la moral mexicana, atacando e insultando a Aída Román, cuándo la mayoría ni recuerda que tenemos deportistas olímpicos hasta que pasan los cuatro años respectivos. ¿Dónde mintió Aída? ¿En qué momento nos ofendió? No se trata de encontrarle tres patas al gato, o de tratar de cambiar la opinión de alguien de acuerdo a nuestro punto de vista o lo que creemos que es permitido.

Suavizar las palabras no sirve de nada, si los hechos no te respaldan. Los hechos son los que hablan por el atleta, no si te saca una sonrisa o si te cae bien, si le sonríe al público o es «respetuoso» con el rival. Si habla bonito con la prensa, que bien, si no compra autos lujosos, increíble; pero si no demuestra su calidad en la disciplina que representa, lo demás importa poco o nada. Hugo Sánchez demuestra su valía, Aída Román da hechos para creer en ella, al igual que Saúl Álvarez. Entonces ¿Cuál es el problema? ¿Ellos o nosotros?

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